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Abierto. La historia del progreso humano

Editorial DEUSTO

Abierto. La historia del progreso humano

¿Cómo mejoran las sociedades? ¿Qué factores influyen para conseguir la prosperidad de la humanidad? ¿Cuáles son las causas del progreso humano? Seguro que estas y otras preguntas similares son las que se planteó el pensador sueco Johan Norberg al proyectar este libro.

Esta obra, en realidad, no es nada más (y nada menos) que una respuesta sincrética a todas ellas: apertura. A eso se pueden reducir, en última instancia, las más de 500 páginas en las que Norberg detalla cómo los seres humanos hemos progresado a lo largo de toda la historia gracias, sobre todo, a los cuantiosos beneficios suministrados por nuestra apertura y la de nuestras sociedades.

“Cuando las mentes abiertas, el intercambio y las puertas abiertos se unen durante un período de tiempo sostenido, el resultado son descubrimientos y logros que facilitan nuevos descubrimientos y avances. Si este círculo virtuoso no se ve interrumpido por las autoridades o por algún desastre, el resultado es un salto cualitativo en la tecnología y el nivel de vida que disfrutan las personas”. Estas palabras del propio autor revelan cuál es el secreto de nuestro progreso, algo que se ha podido comprobar con el dato de que, en las últimas décadas, existen más personas que han salido de la pobreza extrema que nunca antes en toda la historia.

Mentes, intercambio y puertas abiertas son, por lo tanto, las tres condiciones indispensables para conseguir el progreso. Resulta obvio que la historia de nuestro progreso no ha sido lineal, que han existido múltiples retrocesos en épocas pasadas y, lo que es más inquietante, que no sabemos si en el futuro podrían volver a suceder. La apertura no está garantizada del todo, y no solo por lo que puedan hacer o deshacer las autoridades, o cualquier otra clase de desastre eventual que pudiera producirse, sino por algunos peligros que son inherentes a las mismas condiciones.

Las mentes abiertas, primera condición del progreso, no es una característica exclusiva de esta última época de fantástico crecimiento económico y tecnológico, sino que, si se quiere encontrar su nacimiento, habría que retrotraerse a la antigua Hélade. Los griegos fueron los primeros que trataron de entender el mundo que les rodeaba formulando teorías sobre él. Nos enseñaron cómo las evidencias empíricas pueden respaldar las meras intuiciones a través de la crítica y el debate abierto. Eso les supuso plantear teorías cada vez más brillantes y convincentes, muchas de ellas aún no superadas.

¿Cuál sería el peligro existente para abrir nuestras mentes entonces? Los instintos tribales que, no se puede negar, son consustanciales al ser humano. Para conseguir evitar este peligro realmente existente en la actualidad, deberíamos luchar contra nuestra raíz tribal, a pesar de que existan importantes fuerzas que intentan avivar estos instintos y prejuicios en su propio beneficio como sucede, en ocasiones, con las acciones y declaraciones de no pocos miembros de los poderes públicos, ya sean estos políticos o comunicadores, ambos denominados por Norberg como “líderes de la edad de Piedra”.

La segunda condición del progreso, el intercambio abierto, se puede desglosar en dos ramas estrechamente relacionadas: la cooperación y el comercio. Sin duda, somos una especie cooperativa. Recordemos que nosotros no somos los animales más fuertes o rápidos, pero el mayor tamaño de nuestro cerebro nos permitió desarrollar el lenguaje y las relaciones sociales haciendo posible el intercambio de opiniones, favores o cosas. No se pueden separar del todo, por tanto, el comercio y la cooperación, aunque, para el autor sueco, no haya duda de que el momento más álgido de ambas se haya producido con la llegada de la globalización.

La globalización ha supuesto la culminación del intercambio abierto, principalmente, por llevar la cooperación y el comercio a todo el mundo. De este modo, hay más personas que nunca que hacen uso de las ideas y del trabajo de otras sin importar en qué parte del planeta se encuentren, y la economía global ha crecido como nunca. Sin embargo, los antiglobalistas se han convertido en un grupo peligroso al negar los éxitos de la globalización con la idea básica de que solo ha beneficiado a los países ricos, a pesar de que los datos desmientan su argumentación. Como destaca Norberg, gracias a la globalización “cualquiera puede ver el increíble progreso que han experimentado países pobres o de ingresos medios como la India, China, Vietnam o Bangladesh”.

Las puertas abiertas no solo es la tercera, y última, condición inexcusable del progreso, sino también la más polémica. Esta condición supone no poner trabas a la inmigración. De hecho, Norberg hace un relato extenso de su historia haciendo hincapié en el importante retroceso que sufrieron los países que expulsaron a los extranjeros de sus fronteras. No obstante, matiza que, en gran medida, el impacto de la inmigración en un país depende del diseño político de su estado de bienestar. En consecuencia, si un país admitiese regularmente a un gran número de inmigrantes con subsidios generosos y mercados laborales rígidos, sería un fracaso, sentencia el autor sueco.

La obra se cierra con el traslado de las condiciones señaladas de apertura a los mismos “corazones” de los seres humanos. Para Norberg, si queremos salvar el mundo abierto que hemos logrado, resultaría muy valioso “que las personas sean agradables, cálidas y críticas y que posean el rasgo psicológico de la apertura a la experiencia, al aprendizaje y al crecimiento continuo”. Quizá pueda parecer difícil conseguir que la mayoría de las personas adopten esa actitud, pero el mantenimiento de nuestra civilización podría depender de ello.

 

 

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