La libertad interior (Reseña del libro de Jacques Philippe)
"No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus caritas est, Benedicto XVI).
A menudo pensamos que la palabra libertad es sólo la posibilidad de elegir. El DRAE la define como "facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos". Sin embargo esto no es del todo punto cierto, ni muchísimo menos.
En cierta ocasión, mientras estaba en el Ejército, tuve una serie de contratiempos personales, que no vienen al caso contar, los cuales, sin faltar a mis obligaciones, hicieron que bajara mi rendimiento profesional. Un Comandante, entonces era yo Teniente, se me acercó y me dijo: "los problemas hay que dejarlos debajo del cartel que hay a la entrada de la Base, donde dice Todo por la Patria". Según el Comandante y el diccionario yo podía y debía dejar allí mis problemas. Sin embargo aquello no era posible, porque mi corazón estaba preso. A partir de ese momento, la conquista de la libertad interior se ha convertido en el objetivo prioritario en mi vida.
¿Cómo se puede aparcar un asunto que te está consumiendo? ¿Cómo puedes olvidar a lo largo del día graves problemas personales o familiares? ¿Cómo puedes obviar una mirada de reprobación de tu jefe? ¿Cómo puedes perdonar la zancadilla de un compañero? ¿Cómo puedes no obsesionarte con el reconocimiento que no llega y mereces?...
Las respuestas me las ha recordado ahora este pequeño libro en los dos puntos que considero claves de la obra: la santificación del momento presente y el ejercicio de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad.
Santificación del momento presente
Nosotros, directivos y profesionales de importantes empresas, tenemos que esforzarnos por santificar el momento presente. "Dejar el ayer, como decía Bernanos, a la misericordia de Dios, y el futuro a su divina providencia" o, como decía San Agustín, "hacer lo que estés haciendo".
Si delante nuestra tenemos, por ejemplo, un colaborador o subordinado que nos está hablando de su trabajo o de su familia o de lo que sea, tenemos que ser conscientes que ése es nuestro momento presente y que debemos escuchar con la atención que requiere un piloto a los mandos de un F-18 o un cirujano operando. Si estamos pendientes de que acabe pronto la conversación para llamar a fulano, que siempre nos agrada charlar con él, para cerrar una comida "muy importante", para preparar el próximo Consejo o para lo de la partida de golf…no seremos realmente libres…sino que estaremos zarandeados por las circunstancias.
La gracia, o "favor que se hace sin merecimiento particular", al igual que el maná que alimentó a los judíos en el desierto, no se almacena. No se pueden obtener reservas de ella; sólo se puede recibir instante tras instante. De hecho, en el Padrenuestro decimos "danos hoy nuestro pan de cada día"…no pedimos el de mañana, y por supuesto nos hemos olvidado del pan ya duro de ayer...luego en esta oración santificamos el momento presente.
Dice el Evangelio que donde tengamos nuestro tesoro tendremos nuestro corazón. ¿Estamos completamente seguros, como directivos y profesionales con grandes responsabilidades, de cuál es nuestro tesoro? Desde luego hay bienes lícitos que dignifican la lucha diaria: la familia, los amigos, el trabajo, el prestigio…pero… ¿esos tesoros colman la sed de infinito con la que fuimos creados?
Tuve un excelente compañero, también en el Ejército, que siempre me decía lo mismo: "todos tenemos tres caretas; la que mostramos a los demás, la que los demás ven en nosotros y la que realmente es". En muchas ocasiones dependemos de un cúmulo de vanidades que han fabricado en nosotros un ser artificial cuya fragilidad, sin nosotros saberlo, es infinitamente mayor que el cristal de Murano. Sin darnos cuenta hemos construido los cimientos de nuestra casa, tal vez, en cosas que en principio parecen muy loables, pero que no dejan de ser simple arena. En definitiva, si erramos en el lugar donde pusimos nuestro tesoro las consecuencias las pagará el corazón.
Los santos han sido libres porque han sido esclavos. No han sido héroes sino personas normales cuyo mérito ha sido dejarse modelar por la voluntad de Dios, por el Espíritu Santo. Nos lo han demostrado cada uno en su carisma. Santa Teresita de Liseux, Patrona de los misioneros sin salir de una celda del Carmelo, fue libre; preguntad a Maximiliano Kolbe en qué parte de la alambrada del campo de concentración estaba la persona realmente libre. Libre fue Santo Tomás Moro, que no perdió el sentido del humor ni en su martirio ni en su ejecución, más libre cuanto más pobre fue San Francisco, que se enamoró hasta la médula de la hermana pobreza y, por supuesto, nunca nadie tan libre como la Virgen María: "¡he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra!"
El secreto de los santos es que no tienen secretos. Simplemente dejan anidar a Dios en su corazón. Dejemos a Dios ser Dios.
Etty Hillesum, judía muerta en Auschwitz en 1942, decía: "es nuestra lamentable actitud psicológica la que nos despoja de nuestras mejores fuerzas y la auténtica expoliación nos la infligimos nosotros mismos, pero yo me siento libre: dentro de mí el cielo se despliega tan grande como el firmamento".
En efecto, existen patologías psíquicas o psicológicas basadas en experiencias del pasado, tal vez por la carencia de una afectividad adecuada. También existen otras que se proyectan hacia el futuro o sobre otras personas, paralizándonos o produciéndonos ansiedad y rencor, y existen otras, como dice Etty Hillesum, "las auténticas", que son las que nos aplicamos sobre nosotros mismos. ¿Cuántas veces nuestras erróneas respuestas profesionales han sido fruto de descompensaciones psicológicas encubiertas, sencillamente porque carecíamos de paz interior?
Como personas y como directivos, la libertad interior nos proporcionará un cúmulo de virtudes que nos hará ser felices en nuestro trabajo y en nuestras relaciones personales, pues nos llevará a un crecimiento espiritual y humano. Nos proporcionará humildad, auténtica humildad, la de "andar en verdad" de Santa Teresa de Jesús, y nos hará degustar del exquisito sabor de la templanza y de la confianza, que nos proporcionarán seguridad en nosotros mismos. Nuestras decisiones serán siempre más acertadas y coherentes, al no dejarnos llevar tan sólo por el primer impulso, que puede ser erróneo. Veremos nuestra carrera profesional como una escalera, donde cada peldaño es el hoy, y donde hay descansillos y barandillas para reponer fuerzas, atendiendo a la familia, los amigos y las aficiones.
Las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad
El autor del libro nos dice que sólo podremos adquirir la libertad interior en la medida en que desarrollemos estas virtudes. "En esta cesta sí tenemos que poner todos los huevos".
La virtud de la fe, la mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos, es para nosotros una fuerza (solemos decir normalmente que fe es creer sin ver; sin embargo, fe, según el Catecismo de la Iglesia Católica, es un acto personal: "la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela"). Esperanza es la certeza respecto a la fidelidad de Dios y caridad teologal es la valentía de amar a Dios y al prójimo.
Jacques Philippe nos dice que ser cristiano no es frecuentar tal o cual práctica, ni seguir una lista de mandamientos y deberes: ser cristiano es, ante todo, creer en Dios, esperarlo todo de Él y querer amarle a Él y al prójimo de todo corazón.
Las virtudes teologales son a la vez, misteriosa pero realmente, un don de Dios y una actividad del hombre. La fe y la esperanza son de este mundo, pero la caridad, la más importante que nos recuerda siempre San Pablo, es de éste y del venidero, no pasa nunca, pues el anhelo de todo cristiano es el encuentro con el Padre para seguir amándole. Ojalá no tengamos que decir con tristeza algún día, como lo hizo San Agustín: "Tarde te amé, belleza antigua y nueva, tarde te amé".
Al igual que esta cultura actual está tiranizada por lo relativo, contrario a lo Absoluto, también lo está por la practicidad de las cosas. Si no es útil no nos vale… ¿estamos seguros? Este punto hace que descafeinemos hasta lo más bello de la vida, el amor, y no captemos y disfrutemos de los pequeños detalles, que son los que hacen a las grandes personas.
Saber amar es el Máster más difícil. Lo asociamos a sentimientos, que sí, a momentos románticos, que también, pero ahí no se queda el amor. Según Miguel de Unamuno, y nos puede servir ahora de orientación, "el amor son hechos, hechos y hechos", lejos de la teoría de Bernabé Tierno en el que dice, a mi juicio erróneamente, que amar no depende de la voluntad.
Conclusión
Todos y cada uno, en el estado en que hemos sido llamados por Dios, debemos disponer de un lugar en el corazón donde estemos guarecidos de las tormentas, al amparo y bajo la confianza de Nuestro Señor, y donde nuestra dignidad de sacerdotes, profetas y reyes, recibida en el bautismo, sea inviolable. Recordemos que nuestro prójimo, subordinado, compañero o jefe, también dispone de ese espacio y, por ello, merecen no sólo nuestro respeto, sino también nuestro amor…aunque sean acérrimos enemigos.
Conforme vayamos adquiriendo mayor libertad interior, con la mirada y el corazón fijos en la Cruz, nos irán aumentando, en nuestra vida personal y profesional, las tres potencias del alma: entendimiento, voluntad y memoria.
No seamos esclavos de nuestro trabajo y de nuestras vanidades. Sólo seremos libres cuando seamos esclavos de Dios.