Europa, el continente busca identidad - Artículo
El ser o no ser, en este caso de Europa, y no menos de España y de algunos otros países europeos, lo dirimimos en estas fechas. Quizá lo vemos mejor desde aquí, acostumbrados a estar largos periodos en esas confluencias de caminos que siempre generan incertidumbre. Cuando no es el Brexit es el burkini y cuando no es ni una cosa ni otra, es la multa impuesta a Apple o el campo de refugiados de Calais. Curiosamente, Europa, que es el continente de todos, no acaba de encajar en este mundo globalizado. Probablemente la culpa la tiene la Historia; siempre la hemos estudiado desde un punto de vista europeo, a pesar de otros Vicens Vives, en los diversos países europeos. La evolución del mundo la marcaba Europa y nos cuesta adaptarnos a una nueva situación. Por costarnos, a veces hasta nos cuesta la confrontación y, naturalmente, no me refiero a la bélica, sino a la dialéctica.
La globalidad tiene estas contingencias y el fenómeno su miga. Con el nuevo mundo parece que Europa se ha partido en dos. Lo demuestran, por ejemplo, las votaciones. El Brexit demostró cómo está la sociedad británica y las elecciones en todos los países demuestran esa división social que no afecta solo a la cuestión política, sino a otras muchas cuestiones. Quizá hablamos mucho de liderazgo, cuando, a lo mejor, lo que tendríamos que hablar es de conocimiento y pensamiento, que son los campos que generan líderes de verdad.
Hablamos mucho de las disrupciones en el campo tecnológico y no hablamos lo suficiente del efecto que estas tienen en la sociedad. No la analizamos como fenómeno social más allá del efecto en el empleo o en la generación de riqueza. Es muy probable que el exceso de información nos empuje a la opinión rápida. Andy Stalman2 decía no hace mucho, que, “cuando la información es fácil de conseguir el conocimiento es difícil de encontrar”. Es evidente que sin él, la organización social tiene problemas y serán mayores con el paso del tiempo.
Europa sufre los efectos de un bucle melancólico que nos convierte en centro de críticas y no de decisiones. Por seguir con el tema disruptivo, hace unos días, el prestigioso Vala Afshar, Chief Digital Evangelist de Salesforce.com, una de las empresas más innovadoras del mundo, publicaba en Twitter un cuadro que pretendía reflejar el efecto de la disrupción en el sector del automóvil. Con datos recogidos en Estados Unidos, las ventas del Tesla Model S en 2.015 crecieron el 51,01 por ciento; de 16.689 unidades vendidas en 2.014 pasaron a 25.202 unidades vendidas en 2.015. Frente a esa evolución tan llamativa, las ventas del Audi 8 bajaron un 15,48 %, las del BMW 7, un 5,79%, las del Jaguar XJ un 16,59% y las del Mercedes S-Class un 13,22%.
La elección de los modelos de coches y modelos por el que pasa por ser uno de los gurús del entorno de Silicon Valley, parece que no responde a una elección objetiva. En el fondo refleja que Europa es un objetivo a batir y que su debilidad le hace ser blanco de casi todo.
Parece que los paradigmas del nuevo mundo que estamos construyendo están en otros sitios a pesar de la fortaleza que muestran muchas grandes empresas europeas que, día tras día, generan innovaciones en casi todos los sectores clásicos. Cuando leo que Airbnb hace una ampliación de capital de 30.000 millones de dólares, que es una empresa que no tiene bienes físicos, te quedas sorprendido porque ningún grupo hotelero europeo debe estar en esa cifra de capitalización. Por poner un ejemplo nacional, hay que recordar que la capitalización de Meliá a día 27 de septiembre era de 2.550.819.000 euros, cantidad que en dólares viene a ser aproximadamente la décima parte de la ampliación citada.
Son los síntomas de que algo falla. Es esto pero lo es la forma de ver de cada uno de los problemas o situaciones a las que hay que enfrentarse. Es muy probable que estemos aún bajo los efectos de las guerras mundiales; los efectos del desarrollo posterior y los efectos de ver como al pragmatismo del que ha hecho gala Europa no ha hecho sino potenciar los dogmatismos de su entorno. El crecimiento demográfico que deriva de la emigración no ha sido asumido y ha creado partes enfrentadas. No es cuestión aquí de señalar al culpable, quizá no lo haya, pero es verdad que los radicalismos crecen, cuando no es por una cosa es por otra.
La sociedad europea no refleja, en mi opinión, la vitalidad que tiene y eso no es bueno. Desde fuera critican el euro y desde dentro hay una parte de la población que ve la moneda común como una de las causas de la crisis. La peculiaridad de la moneda diferente, aunque sea peor, es tenida por buena y nada de ceder soberanías que catalicen la marcha hacia los Estados Unidos de Europa. Al revés, podemos fijarnos en España para ver qué es lo que hay en este aspecto.
Y, curiosamente, estos procesos no son culpa de la crisis, como muchas veces se afirma. La culpa es la falta de objetivos sociopolíticos. Si los europeos queremos hacer una lista de los objetivos seguro que nos resulta difícil. Muy probablemente, la burocracia, que ha servido para articular en su día unos estados modernos y desarrollados, es la que ahora está frustrando buena parte de las expectativas, si es que las tenemos como conjunto social. Hay lentitud en la época de lo instantáneo y eso no suena bien.
Y qué decir de las palabras que escuchamos. Al florete dialéctico le ha sustituido una verborrea infumable carente, la mayoría de las veces, del necesario análisis y sentido práctico. Ni que decir tiene que estoy bajo el influjo de los últimos debates de investidura y de las campañas electorales que las precedieron. Hay que estar muy atento para no perderse la escasa frase brillante, la información novedosa, el dato consecuente o un ejemplo de ese humor del que tanto presumimos.
Entre la pasividad citada, la falta de rigor en el trabajo y la aterradora desidia al realizarlo vamos construyendo ese escenario que todos repudiamos. Como escribió Leopold von Ranke, “la mayoría ve la ruina ante sus propios ojos, pero se precipita en ella”. A los 130 años de la muerte del creador de la historia científica, parece necesario recordarlo una vez más y no han faltado ocasiones en este tiempo transcurrido para hacerlo, como es bien conocido.
En este desconcierto, The Economist3 dedicaba una de estas semanas pasadas otro escenario en esta línea de vale todo con Europa y los europeos. Simplemente se preguntaba qué iba a pasar si Francia sigue el camino de Gran Bretaña. Podía haberlo planteado al revés. ¿Qué pasaría si Europa dejara de considerar problemas todos aquellos que tienen solución y dejar de ver como problemas los que no la tienen?
Notas
1 Ser o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar qué sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos. Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no sean olvidados en tus oraciones.
2 Andy Stalman. Experto en marcas. CEO de Cato Partners Europe y LaTam, ex director de marketing de Lacoste y de Aeropuertos Argentina. http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-07-29/pregunte-a-un-guru-de-la-innovacion_1237655/
3 Link The Economist
Adjunto
Enrique Titos
Grandes y complejas reflexiones Elías. Creo que la base de todo está en la inadaptación de Europa como conjunto al cambio de modelo económico que se está viviendo en todo el mundo. A riesgo de simplificar, el centro de la innovación está en los países anglosajones, y la tracción está en Asia. Europa está en el medio, lleno de historia y de multinacionales en la encrucijada, sí, pero atrapado en las inconsistencias de países que no ven más allá de sus fronteras. Pudo haber una ocasión para construir esa identidad a finales del siglo pasado y quizá el euro fue un intento, pero no cabe duda de que ahora las dificultades son mayores. Algunos incluso se plantean cuales la mínima Europa necesaria. Creo que la identidad proviene de la cohesión, y ésta surge cuando hay objetivos compartidos. Si no somos capaces de encontrarlos episodios como el Brexit no van a ser fenómenos aislados.
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Elías Ramos Corrales
Gracias Enrique por tu comentario. En realidad, la idea era provocar un cierto debate sobre el tema, que creo que importa.Europa está confusa en su conjunto y no digamos si cogemos país por país. Un tema complicado para resumir en unas líneas porque tiene muchas vertientes pero ante ese tipo de situaciones lo mejor es agitar la coctelera.
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