La era de información y los datos: un modelo que se agota sin haber tocado techo - Artículo
“Hay suficiente en el mundo para cubrir las necesidades de todos los hombres, pero no para satisfacer su codicia” Mahatma Gandhi
Hemos creado una sociedad que nos ha traído riqueza pero no una prosperidad compartida, la inequidad social va en aumento. La ira, el extremismo o el proteccionismo son la base de la codicia mientras alimentamos un sistema profundamente centralizado. Nuestras transacciones favorecen a determinados intermediarios: bancos, compañías, tarjetas de crédito, etc. Ellos establecen la confianza en nuestra economía y dan sentido de seguridad al sistema y al mercado a cambio de un retorno económico fruto de la intermediación. En un mundo cada vez más globalizado, el poder y la propiedad de la información está centralizada en unos pocos.
Parte del cambio que vivimos gira en torno a la creación de nuestro yo digital. Es decir, en paralelo a nuestra existencia como seres de carne y hueso, nuestro rastro en la red cuenta con todas nuestras acciones, memoriza nuestros hábitos, gustos y geolocaliza nuestra actividad independientemente de que naveguemos por la red o paseemos por la ciudad con nuestro Smartphone.
Hemos creado un sistema en el que nuestra propiedad más valiosa, nuestra intimidad, no nos pertenece y la entregamos a grandes corporaciones tecnológicas a cambio de una nueva cuenta de correo electrónico, un nuevo perfil en una red social o poder ver vídeos de gatitos y memes de forma gratuita. Así, han surgido grandes monstruos capaces de conocernos mejor que nosotros mismos y de un modo u otro ofrecen grandes posibilidades en el tránsito entre ese enorme repositorio de información llamado Big Data y el marco para la acción del Small, Smart o Social Data. Todo dentro de un falso principio de democratización de la información.
Mientras, el progreso y la innovación nos ciegan con nuevas tecnologías y de forma retórica escuchamos que el social media, la robótica o la inteligencia artificial están llamados a cambiar el mundo, como si por encima de todo este mundo sólo hubiera algoritmos y partículas de titanio, ceratanio y litio en vez de personas. No seré yo quien reste valor y capacidad a estas tecnologías, no obstante, son parte activa del cambio y cada uno de los avances que motivan son exponencialmente más relevante que muchos de los progresos vividos hasta ahora por la humanidad.
Pero, puestos a pensar, quizá vivamos en un sistema que empieza a ser caduco y todo lo que hemos considerado hasta la fecha como imprescindible (casi inevitable) comienza a frenarnos. Pensemos por un momento en casos como el de JP Morgan, Linkedin o Snowden. Cada vez más, estamos expuestos a nosotros mismos, a riesgos que ponen en duda la seguridad del sistema. Pensemos en la idoneidad o no de un sistema que excluye a millones de personas que no tienen acceso a una cuenta bancaria o a una cuenta de correo electrónico, recapacitemos sobre el valor de nuestros datos y el hecho de que las grandes corporaciones se hayan apropiado de la generosidad de esta era digital y lo hayan hecho de una forma asimétrica, no para todos es igual. Tenemos creación de riqueza pero con creciente desigualdad social.
Esta realidad nos lleva a un sistema de riesgo claro. Nuestra sociedad, centralizada y oligárquica, se tambalea frente a lo humano. Nuestro valor como individuos no nos pertenece y deberíamos preocuparnos por recuperar ese yo dentro de un sistema de confianza porque como dice mi buen amigo Andy Stalman “Cuando algo es gratis, el producto eres tú”.
Hacia un cambio de era y el agotamiento del internet de la información
En el año 2008, Satoshi Nakamoto publica un artículo en la lista de criptografía de metzdowd.com donde describe el protocolo Bitcoin. Con este gesto, surge una tecnología que puede cerrar el agotamiento de nuestro actual sistema y cambiar la forma en la que a día de hoy entendemos nuestra sociedad y el mercado. Se abre una nueva forma de economía y de intercambio cultural y de bienes, una nueva sociedad de consumo para la que lo realmente relevante no es la tecnología en sí, sino el sistema subyacente que hay bajo la misma: los blockchains o cadenas de bloques.
Las cadenas de bloques muy probablemente supongan el cambio de esa sociedad del dato y el internet de la información a una sociedad renovada y un internet del valor digital. Son una especie de libro mayor, distribuido, vasto, global y sobre todo descentralizado que se ejecuta y comparte a la vez en millones de computadoras en todo el mundo y que está disponible para todos. Donde todo tipo de activo, desde el dinero a la música podría almacenarse, moverse, tramitarse, intercambiarse y manejarse sin intermediarios poderosos, como si el valor fuera nativo y basado en la confianza entre usuarios. ¿Suena utópico, verdad?
Acciones como enviar un mail o un archivo Excel por correo electrónico, suponen generar un duplicado de datos en un ordenador que es el receptor de nuestro mensaje. En cambio, no podemos enviar dinero y contar con esa misma regla de duplicidad. Si yo realizo una transferencia de una cuenta a otra, no creo un duplicado de datos, ni un duplicado con valor económico, efectúo una transacción basada en la confianza puesta en mi banco y cuya lógica ha permitido crear leyes tan básicas como la compensación, liquidación y registro de la transacción.
Pero lo realmente relevante de una cadena de bloques es el Principio de Confianza por el que un colectivo otorga un valor a un bien o un servicio que de forma común se registra y acepta bajo los mismos principios con los que entendemos el valor del dinero en la actualidad, con unos sistemas mucho más seguros y en un entorno exclusivamente digital y descentralizado, sin intermediarios. Por muy raro, arriesgado, utópico o romántico que nos parezca algo así, la realidad dice que poco a poco estamos avanzando hacia un sistema similar: el sharing economy.
El principio del cambio, el sharing economy, el Internet del Valor y los blockchains
Pese al riesgo y la incertidumbre con que cuentan, empresas como Uber o Airbnb ven cómo sube cada vez más su cotización en bolsa. Su reconocimiento y su capacidad de generar riqueza está por encima de toda duda pero es ¿riqueza para todos o centralizada en compañías?
La realidad es que Uber o Airbnb no comparte realmente nada con sus usuarios, al contrario, su éxito precisamente se basa en no compartir, en consolidar los servicios y venderlos como una plataforma de networking. Mientras, el funcionamiento de los activos digitales en una cadena de bloques no se centraliza en un único lugar o en una empresa sino que se distribuye en un libro global compartido por la comunidad de usuarios.
Cuando se realiza una transacción en una cadena de bloques, ésta se registra a través de millones y millones de computadoras independientes. Los sistemas de seguridad vienen establecidos por un conjunto de personas que se llaman miners o mineros. Cada diez minutos (tiempo que podríamos considerar el latido de la red) se crea un bloque que incluye de forma digital todas las transacciones realizadas en ese espacio de tiempo, en ese ecosistema global y en esos millones de ordenadores.
Es entonces cuando esos mineros de la red compiten entre ellos en descifrar, validar y cerrar un bloque como si se tratase de resolver un cubo de Rubik lo antes posible. El primero en resolverlo tiene una recompensa a través de moneda digital y cada bloque cerrado forma un eslabón dentro de la cadena de bloques que van surgiendo en el sistema fruto de las millones de transacciones que se realizan cada diez minutos, quedando vinculada cada una de las transacciones con la anterior y haciendo casi imposible descifrar el código completo de una cadena dirigida a ser cada vez más y más grande.
Los Bitcoins son sólo una cadena de bloques y se refiere a transacciones de tipo económico pero el sistema de encriptación es considerablemente más seguro que cualquiera de los sistemas centralizados con que contamos a día de hoy. Además, un envío económico a través de un dispositivo móvil se materializa de inmediato con una única variación en ese libro global, sin intermediarios y sin esperas. El éxito, por lo tanto, al igual que en las actuales plataformas de sharing economy, está en la capacidad para aglutinar usuarios, cuantas más operaciones se realicen, mayor seguridad habrá. La diferencia es que no se aglutinan usuarios en favor de una compañía, sino en favor de la seguridad de esa comunidad de usuarios.
Un nuevo modelo de negocio para Airbnb o una cadena de contenidos que administre nuestro yo digital son sólo ejemplos de posibilidades de creación de auténticos bloques de cadenas que vienen a evolucionar algunas de las tendencias que vemos en la actualidad pero sobre todo, permiten acabar con algunas de las carencias que sufrimos.
Vitalik Buterin desarrolló la cadena de bloques Ethereum que consiste en crear contratos digitales. Imogen Heap, ganadora de un Grammy, cantante y compositora pone su música en cadenas de bloques: “Micelios”, que protegen la propiedad intelectual de su obra y permiten la compra por parte de usuarios de esa cadena de una forma digital, inmediata y sin intermediación.
La confianza no es propia de la tecnología sino de la persona. Nuestro actual sistema es fruto de la evolución y somos una sociedad de tránsito que avanza de forma exponencial, que comienza a cambiar un modelo económico autoimpuesto y marginal, que pide recuperar su intimidad en la era de la información. Muy probablemente tengamos una nueva oportunidad de re-escribir el algoritmo de la economía y dar respuesta a las opciones de cambio con las que una vez más nos está retando el progreso.
Así que sólo se me ocurre decir algo: Ánimo.
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