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Mujeres sin palabras - Introducción al Taller de Pino Bethencourt Gallagher del día 2 de febrero

El día de la mujer trabajadora del 8 de marzo nos vuelve a recordar, por si alguien lo había olvidado, que la mujer sigue viéndose en gran desventaja con respecto al hombre en el plano laboral. Las celebraciones, conferencias, artículos y tweets se suceden en cascada multicanal mediática desde varias semanas antes… pocos ríos hay más revueltos, desbordados, achicados, atrincherados y mareados que este pobre: La mujer que no llega a los puestos de liderazgo de las empresas, que cobra sueldos inferiores a los hombres, que no consigue conciliar su profesión con la maternidad… la lista de agravios es bien larga.

Aún así, poco cambia de año en año. Quizás porque nos estamos planteando el problema desde el ángulo equivocado. Como en todos nuestros otros fallos globales nos proponemos objetivos demasiado teóricos y luego nos flagelamos por no haberlos materializado, comparándonos constantemente con un ideal que en realidad nunca fue realista. Parece que nos compramos un vestido carísimo y preciosísimo de una talla que nunca nos entrará por mucho que nos matemos de hambre. Ese ideal que equipara a la mujer con el hombre actual tiene algo de improbable, casi imposible.

¿Y si le diésemos la vuelta a la tortilla? ¿Y si no quisiésemos hacer a la mujer más parecida al hombre civilizado sino al revés? ¿Y si buscásemos devolver al hombre a su lado más olvidado, descartado e infravalorado? ¿Y si los agravios contra la mujer en lo laboral no se resolviesen convirtiéndola en un hombre moderno –algo de lo cual ella misma reniega-, sino devolviéndola a aquello que una vez la hizo más fuerte que ningún hombre?

La fuerza histórica de la mujer está en eso que el hombre moderno dejó atrás como inferior: lo primitivo, lo salvaje, lo animal, lo indígena. En el mismo movimiento que elevó al hombre hacia el estrellato del progreso y la tecnología imparable tuvo que descartar una parte fundamental de su existencia. Para tocar las estrellas tuvimos que separar los pies del suelo. Y así andamos ahora, todos flotando en nubes de internet, hasta tal punto que una tiene que esquivar varios zombies enchufados al móvil, moviéndose en lentitud lineal insoportable y total inconsciencia de su entorno, al caminar por la ciudad.

Dejemos de intentar adaptar a la mujer para que encaje mejor en la empresa moderna. Nunca nos va a caber ese vestido. No. Reinventemos la empresa para sacar el máximo provecho de lo que hace irresistible a una mujer: su flexibilidad llena de curvas, su caos inevitable e impredecible, su entrega irrenunciable al cuidado de los niños, los mayores y el entorno, y su sensibilidad para discernir todo aquello que los hombres no entienden ni aunque se lo deletrees en luces de neón.

Este es el auténtico debate, señores. Los sueldos y las empresas ya no nos aportan placer de vivir, sino puro tedio por sobrevivir. Si no queremos acabar todos como zombies enchufados a una máquina, viviendo en lentitud lineal insoportable y total inconsciencia de nuestro entorno, atrevámonos a devolver a la mujer a lo que una vez fue: fuego, pasión y locura inabarcable. Diseñémosle pues el vestido que la luzca en todo su salvaje esplendor.



Pino Bethencourt Gallagher
Fundadora. The LeadWithoutWords Group
Know Square S.L


Adjunto
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