Sosthenes Behn y el nacimiento de Telefónica (Artículo)
Hace semanas topé al respecto en Internet con una vieja crónica de Miguel de Zárraga, escritor y corresponsal de ABC en Nueva York. Resultaba significativa, reveladora de la personalidad de Sosthenes Behn, aquel americano que había venido a Madrid en 1923 para ganar la confianza de Primo de Rivera y Alfonso XIII. Casi recién creada la International Telephone & Telegraph (la ITT, que Behn fundó en 1920 con su hermano Hernand), vino en efecto a nuestro país para crear la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) y modernizar nuestra entonces bien deficiente red de teléfonos.
Leí que, en mayo de 1929, durante su primera vuelta al mundo, nuestro buque escuela Juan Sebastián Elcano había atracado en Nueva York; que allí, el comandante Mendívil, junto a oficiales y guardiamarinas, había sido invitado a comer por Sosthenes Behn en el recién estrenado headquarters de ITT en el Bajo Manhattan. Era aquel un edificio impresionante, de solemne entrada y 35 alturas, y al banquete habían asistido también diversas personalidades, incluido nuestro cónsul en la ciudad. Ya era llamativa la invitación, pero casi nadie esperaba tampoco —la telefonía estaba en desarrollo en todo el mundo— lo que Behn había preparado para acompañar el café.
Al final de la comida, el anfitrión tomó su teléfono y pidió comunicación con Madrid, de modo que el sorprendido comandante Mendívil pudo hablar con el ministerio de Marina, a casi 6.000 kilómetros de distancia. Además, el cónsul conversó luego con nuestro subsecretario de Estado, que trasladó a todos el saludo de Primo de Rivera. La conexión llegaba a Houlton (Maine) por cable telefónico corriente, luego a Londres por radiofrecuencia, después por cable submarino hasta el continente… Aquí teníamos entonces apenas un teléfono por cada centenar de habitantes y aquella comunicación de voz, a tan larga distancia, resultaba difícil de imaginar para la mayoría de asistentes.
El también invitado corresponsal de ABC se preguntaba en su crónica quién era ese coronel Behn (había participado en la Primera Guerra Mundial, en Francia); quién era ese señor que tan alto había llegado en tan poco tiempo y con tan llamativo apego a lo español. Puede resultar aleccionador recordarlo, y observar las artes —el perfil de líder— de aquel magnate americano, nacido en la caribeña isla de Santo Tomás. Algo especial debía tener, porque en España distintos gobiernos se habían propuesto sin éxito desarrollar debidamente el servicio telefónico. Con él —con su impulso, su liderazgo— todo empezó a marchar mejor a partir de 1924.
De entrada, se habría de destacar el estilo aristocrático de Sosthenes Behn, quizá más europeo que americano, y decir que se nos mostraba más experto en negociación que en telecomunicación, más líder que gestor, más hombre de negocios que de empresa. Estamos ante un personaje de novela, como decía el profesor Ángel Calvo (Universidad de Barcelona), y habríamos de añadir que parecía poco común su gran reserva de energía emprendedora, como su perspectiva y perspicacia, su audacia y tenacidad, su intuición y empatía al relacionarse, rasgos estos que cabe destacar sin ánimo de neutralizar las críticas de que también fue objeto su actuación en ITT, a lo largo de los años.
En sólido tándem con su hermano Hernand (1880-1933) y rodeado de competentes colaboradores, llegó a casi todo en la industria telefónica de la primera mitad del siglo XX. Había advertido una gran oportunidad, el desarrollo de la telefonía, y consolidado una visión energizante: un mundo telefónicamente interconectado. Pero antes de triunfar, todavía incipiente ITT, hubo de aparentar poder y fortuna para abrirse paso hasta Primo de Rivera y Alfonso XIII. Podemos imaginar a aquel Behn como un mago de la apariencia, como un gran actor; sin embargo, no era un embaucador que deseara aprovecharse de la necesidad que teníamos de organizar nuestra red. Lo que deseaba era precisamente modernizarla, automatizarla, y ganar así prestigio para ITT en el mundo, a modo de gran proyecto piloto.
Aquí la situación de la telefonía era ciertamente deplorable entonces, con una bajísima densidad de apenas un teléfono por cada 250 habitantes y deficiencias diversas, incluida una planta externa desastrosa. Había pocos teléfonos y no siempre se les podía dar servicio. Un cierto caos, sí. Para cuando Primo de Rivera, reciente su llegada al gobierno, pensaba en la iniciativa privada para organizar y automatizar el servicio telefónico, ya había habido intentos oficiales y frustrados de poner orden: en 1917 el de José Francos Rodríguez, y en 1921 el de Fernando Barón, ambos directores de Correos y Telégrafos en los años citados.
Nuestro rey quería una red telefónica que estuviera entre las mejores de Europa; que ningún empleado de las diversas compañías explotadoras del servicio fuera despedido; y que el proyecto quedara abierto al capital español. Según relataba el abogado y político cubano Orestes Ferrara en sus memorias, las citadas eran las tres expectativas cardinales que Alfonso XIII declaró a Sosthenes Behn, que competía aquí para el proyecto con consolidadas empresas europeas, como Ericsson o Siemens-Halske.
En su afán de abrirse paso, Behn se alojaba en el lujoso hotel Ritz de Madrid, con gran notoriedad y ostentación: había que generar la imagen idónea. Cuando vino en octubre de 1923, en las primeras semanas de la dictadura, conoció la situación a través de un hombre suyo de máxima confianza, Lewis J. Proctor, que con el asturiano Gumersindo Rico, delegado en Madrid de la International Western Electric, llevaba meses analizando el estado de las redes, preparando el terreno y cultivando estratégicos contactos.
La operación estaba desplegada y condujo al éxito, pero ahora saltemos, por significativos, a los orígenes de nuestro personaje, y por ello a la isla de Santo Tomás, en el Caribe. Sabemos que su padre, de origen alemán, murió (1889) cuando Sosthenes contaba 5 años y su hermano Hernand, 9. La madre, Sarah Louise (1854-1927), hija de acomodada familia sefardita de la isla, casó de nuevo en 1890 con su vecino y cónsul de Francia en aquellas Islas Vírgenes (entonces danesas), Sosthenes Lucchetti (1837-1899). El cónsul, rico empresario y hombre de mundo, había sido precisamente el padrino de su luego hijastro homónimo.
También se sabe que a iniciativa del padrastro los hermanos Behn se educaron en Córcega y París, para luego volver a América. Seguramente no habrían viajado a Europa para formarse, de no darse aquellas circunstancias familiares, es decir, de no haber llegado a sus vidas el cónsul Lucchetti, de origen corso pero nacido en Tolón (Francia). Debido a los negocios de Lucchetti en el Caribe y poco antes de que estallara nuestra guerra en Cuba con los Estados Unidos, la familia se trasladó en 1898 a Nueva York, donde un año después falleció el ex cónsul.
De modo que, al llegar a la mayoría de edad y gracias a Lucchetti, los hermanos habían estado ya viviendo en dos grandísimas ciudades, París y Nueva York, y su mundo se había ensanchado notoriamente. En Nueva York estuvieron trabajando los jóvenes hermanos Behn hasta que se vieron de vuelta al Caribe, en Puerto Rico, en los inicios del siglo XX, llamados por los negocios de azúcar de la familia. En esta isla y ya creada en 1904 la firma financiera Ben Brothers, pronto decidieron urbanizar la zona de El Condado, cerca de San Juan, una extensión de gran futuro que había pertenecido a su tío Mathieu Lucchetti, y cuya promoción facilitó a los Behn oportuno capital para nuevos negocios.
Ya podemos recordar el casual contacto de los Behn con el sector de la telefonía. Creada la firma Behn Brothers y debido a una deuda no satisfecha, los hermanos se hicieron con una pequeña central de teléfonos al sur de Puerto Rico; un negocio bastante nuevo para ellos, que sin embargo gestionaron con sensible acierto. Pronto advirtieron que esta industria tenía un futuro prometedor y se hallaron, tanto en Puerto Rico (1914) como en Cuba (1916), controlando los negocios correspondientes y hasta asociados en 1919, en un proyecto de cable submarino Cuba-Florida, con la gran compañía americana ATT (American Telephone & Telegraph). Por entonces los hermanos eran ya ciudadanos americanos.
De modo que a la trayectoria de los hermanos había contribuido sensiblemente su rico padrastro Lucchetti, junto a su madre Louise. Además, Sosthenes se casó en 1921 con Margaret Dunlap, de la alta sociedad de Philadelphia, sobrina de los Berwind, de la Berwind Corporation, que lógicamente participaron en el proyecto de ITT. Este era muy brevemente nuestro hombre, el que puso en marcha Telefónica (entonces CTNE). Volvamos ahora a Madrid.
Ya a principios de 1924 y con sólida confianza en este proyecto español, un grupo de directivos de ITT llegó a la capital española para trabajar con Proctor en una oficina cercana al Congreso (Plaza de las Cortes, 6). Entre ellos, Logan N. Rock, Geoffrey A. Ogilvie, Fred T. Caldwell y Roy A. Walker, que serían luego consejeros y directivos de CTNE. (Años después, con una hija de Walker, Helen Anne, se casaría el joven abogado Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, que sería persona influyente de la España del siglo XX: fue también consejero de CTNE, embajador en EEUU en tiempos de Kennedy, asimismo en el Vaticano con Pablo VI, y hasta ministro más tarde, ya en la monarquía).
Hasta la firma (Santander, agosto de 1924) por Alfonso XIII de la perseguida concesión telefónica a CTNE, sabemos que Sosthenes Behn se vio con el rey más de una vez; pero también se había tenido que convencer naturalmente a Primo de Rivera, directamente y a través de diferentes enlaces, incluido el coronel Tafur, director de Correos y Telégrafos. Veinte años después, aún reconocería Behn la ayuda decisiva del coronel José Tafur Funés, a quien consideraba “un perfecto caballero”, según relataba en sus memorias Manuel Márquez Mira. (Márquez presidió en un largo periodo Standard Eléctrica, empresa creada por ITT en 1926 a partir de la Compañía de Teléfonos Bell, para suministrar tecnología a la nueva compañía operadora nacional).
Una de las primeras actuaciones de CTNE, todavía en 1924, fue el tendido de un cable telefónico submarino entre Algeciras y Ceuta, que permitiría, ya a finales del año, comunicar con Tetuán durante la guerra en Marruecos. ITT contaba con la experiencia de la conexión submarina entre La Habana y Cayo Hueso (Florida). En ese momento, Behn no había despejado todavía el camino para automatizar nuestra red, sin embargo, acaso por aquello de la suerte de los campeones, o de los principiantes, o de quien la busca, todo se puso finalmente de cara para que se hiciera, en 1925, con la International Western Electric (a la que denominó International Standard Electric, como parte de ITT), es decir, con el control de una importante red de empresas manufactureras dotadas de moderna tecnología, localizadas en diferentes continentes.
Con la operadora CTNE y la red de fabricantes adquirida con el apoyo de la potente banca Morgan, la capacidad de ITT era ya bien distinta cinco años después de su fundación: todo un éxito de los Behn. En ese tiempo sus activos y sus beneficios se habían multiplicado por seis o siete. Y asimismo, por cierto, nuestra red telefónica era ya bien otra en aquel 1929, cuando el Juan Sebastián Elcano pasó por Nueva York y Behn se exhibía en su rascacielos. Cinco años después de la creación de CTNE, habíamos triplicado el número de teléfonos instalados y se había extendido la automatización a más de 20 grandes ciudades españolas.