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El poder como clave (Artículo)

Pasó el 35º Aniversario de la Constitución con la consolidación de la corriente de opinión que apunta hacia una reforma de la misma. Incluso el Rey dio a entender su apoyo en su discurso de Navidad. Esa es la mejor manera de mantenerla, aunque no por decirlo solucionamos los problemas existentes, entre los que destaca la confusión de poderes, origen de muchos de los males que salpican todos los días los medios de comunicación. En esta situación afrontamos el año 2.014.

Los problemas a los que me refiero tienen un punto en común: el poder y su ejercicio. Incluso la crisis económica tiene mucho que ver con el tema. Solucionar las desviaciones en el ejercicio de los poderes solucionará los problemas y no hacerlo supondrá un cierto cataclismo social. El problema no solo es español. Afecta a todo el mundo democrático.

Entre los libros leídos este año destaco una frase del último. “La gran apuesta”, de Michael Lewis, relata los episodios que rodearon a la fiebre de la ingeniería financiera que llevó a los Estados Unidos a la gran crisis económica en la que todavía está inmerso. “La clase de personas que antaño habían formado la élite financiera estadounidense se habían desacreditando tanto que los senadores (que estaban investigando los sucesos) ya no creían que fueran capaces de proporcionar un asesoramiento honesto a su país en aquellos momentos de necesidad”, escribe Lewis.

Es decir, los poderes establecidos tienen problemas e incluso una parte importante de esas  élites, que son el verdadero núcleo de poder en los Estados Unidos según el profesor Domhoff, un clásico en el estudio de la estructura social de su país y su reflejo en el poder, están en entredicho. Si eso pasa en naciones con democracias consolidadas, qué no pasará en donde son recientes, como España.

Aquí, el año concluye con la práctica totalidad de las instituciones que cita la Constitución del 78 bajo sospecha y el correspondiente nivel de descrédito entre la opinión pública. En la foto no salen mejor favorecidos los componentes de esas élites que se supone que tienen que actuar como factor de equilibrio y freno a las aventuras a las que tienden los políticos, que un día sí y otro también dan ejemplo, por lo general, de que están desenganchados de la sociedad en la que viven y más preocupados por hacerse con nuevas cuotas y cotas de poder.

Esta actitud es un problema porque, en una época que lo que se discute es la nueva estructura de poder, dónde está el poder y hasta las características del mismo, en España lo partidos políticos quieren ocupar todos los espacios posibles. Con oportunidad, el polifacético Moisés Naim ha publicado un libro titulado “El fin del poder”. He escuchado algunas declaraciones suyas e interpreto que la obra –que no he leído todavía- no habla tanto del fin de algo que es como la energía, en el sentido que ni se crea ni se destruye, solo se transforma. El poder como concepto no acaba, entre otras cosas porque es lo que alimenta la política y ésta es consustancial con el ser humano.

La crisis ha puesto de manifiesto que el régimen perfecto no lo es tanto si el poder reside fuera del Estado como concepto aglutinador de voluntades que están por encima de los intereses. Esta tesis puede ser discutida pero no es la primera vez que es utilizada para alertar sobre los peligros que amenazan a las democracias.

A mediados de la segunda mitad del siglo XX hubo un debate muy interesante al confrontar opiniones sobre el acercamiento de los partidos comunistas, e incluso socialistas, a las democracias. Norberto Bobbio, uno de los grandes teóricos del socialismo de aquellos años, señaló con claridad este problema y sin complejos sugirió que estructuras de partidos como el que utilizaban los partidos socialistas podían ser una fuente de problemas al poner por delante de los intereses del Estado los intereses del partido.


Ahora el problema no es solo del encaje de la izquierda, sino que también la derecha, al constituirse en partidos fuertes para hacer frente al activismo típico de las izquierdas, han creado máquinas similares donde lo que interesa es el partido antes que el Estado. El resultado es una creciente fuerza de las burocracias de los partidos democráticos que, por definición, tienden a alejarse de la situación del entorno al mecanizar los procesos de acuerdos con unos intereses que no tienen nada que ver con la realidad.

El problema es serio. Valga como termómetro los libros editados durante este año y que se han presentado por las editoriales al Premio Know Square, centrado en el mundo de la empresa y los conceptos que la rodean. Es decir, el tema del poder, no solo afecta a la parte política del Estado sino que también ha saltado a la reflexión empresarial.

Puede ser lógico pero es usual y eso pasa porque muchos de los mecanismos que regulan la empresa son similares a los que regulan los sistemas políticos democráticos. De hecho es una realidad que nos preguntamos cuál es el papel de los accionistas y como tales, cuál tiene que ser el papel de los directivos, elevados hasta el comienzo de la crisis en tótems más que en profesionales de prestigio. Y también nos preguntamos por el papel de los empleados en general, y de las mujeres, y de otras cuestiones que hace pocos años eran inimaginables.

El tema no es baladí porque afecta al orden jerárquico y en la empresa y cualquier organización social es vital conocerlo y reconocerlo. Antes no lo hubiéramos hecho, pero ahora nos podemos preguntar si es posible una empresa sin jerarquía. Pero no solo eso. Podemos preguntarnos si hay que transformar los Estados; si vamos hacia las naciones franquicia… ¿Somos capaces de imaginarnos un Estado que fuera similar a una franquicia empresarial? La conclusión es que el poder, efectivamente, no desaparece pero se ha transformado; busca su sitio. Es obvio que cuando te haces preguntas es porque tenemos dudas o no conocemos. Y cuando hay libros sobre el poder es por esto mismo y porque se denuncia con lo que no estás acuerdo.

Dónde y por qué surge esta inquietud. Creo que a  nivel social e individual hemos perdido la referencia del poder. Lo cuestionemos, pero es que además no nos interesa. Ya que he citado a Bobbio (1909-2004) habrá que recordar que decía que la democracia no es nada fácil. Que lo dijera un personaje de la izquierda no es de extrañar por esa confrontación con una idea liberal, pero alertaba sobre el problema sin resolver: “El aplazar para después de la conquista del poder el problema del Estado, de la organización estatal, ha producido este efecto: el que el partido, al que se le han dirigido todas las atenciones como órgano de la toma del poder, ha acabado por convertirse a sí mismo en el Estado”.

No hace falta ser muy imaginativo para deducir que en España ha pasado esto en los últimos años. Cada partido es un Estado en sí mismo y si a eso se le suma la organización territorial que, como dice Enric Juliana en su libro “Modesta España”, ha originado un profundo desbarajuste al organizar la vida de abajo a arriba, en vez de arriba abajo, apunte que recoge César Molinas en su libro sobre la clase política extractiva. Esto, que aparentemente tiene sentido entra, sin embargo, en una cierta contradicción con el principio de la democracia real. En el fondo es la teoría de las élites, esas que también han incumplido con su deber.

Adjunto
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