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Un Objetivo común: los niños (Artículo)

Con datos en la mano, Enrique Sáenz de Santa María nos propone en este esperanzador artículo centrar nuestros esfuerzos en aquellos por los que todos nosotros, sin excepción de razas, ideas políticas y religiones, estamos obligados a dejar un mundo mejor: los niños....

Con datos en la mano, Enrique Sáenz de Santa María nos propone en este esperanzador artículo centrar nuestros esfuerzos en aquellos por los que todos nosotros, sin excepción de razas, ideas políticas y religiones, estamos obligados a dejar un mundo mejor: los niños.

A pocos días de concluir la segunda reunión de los países más industrializados del mundo, tengo la sensación de que los problemas que nos han mantenido en vilo durante los pasados meses, durante casi los dos últimos años, por fin cambian de color, del negro al gris, quizás al gris más claro, al más luminoso.

Reuniones de alto nivel, líderes mundiales negociando en pasillos o sentados alrededor de una mesa proponiendo ideas y alternativas, decisiones reales que nos afectan directamente, planes que tratan de evitar colapsos financieros que de materializarse traerían consigo penurias en la economía básica, la de las personas. El esfuerzo es loable, no intento restar mérito alguno a los participantes. Al final, un plan a diez años, más regulación, mayor supervisión y un nuevo impulso al comercio mundial mediante financiaciones extraordinarias al Fondo Monetario Internacional. Nada más y nada menos que 750.000 millones de dólares, a priori suficientes para salir de la crisis que nos afecta sin dañar en exceso el bolsillo de los contribuyentes, acreedores finales de los fondos aportados.

Parece que hemos tocado fondo y saldremos de esta, en unos años la actual crisis formará parte de los libros de economía, una lección a aprender, importante para no volver a cometer errores del pasado. Retomaremos la senda de crecimientos elevados en el PIB, el paro se reducirá y el consumo volverá a cotas previas. Los países más industrializados alcanzarán los niveles perdidos de riqueza y bienestar; sin duda, los países más industrializados, los auténticos e intuyo que únicos beneficiarios de los compromisos adquiridos en las reuniones de Londres y Washington.

Pero tengo la sensación de que volveremos a caer en la trampa, el ciclo se repetirá, hasta la próxima crisis, con su consiguiente cumbre de líderes y su correspondiente plan de salvación. ¿Es esta la única posibilidad que nos queda?, ¿No hay otra manera?

El sentido común me dice que en algún momento el círculo se romperá, tiene que existir alguna alternativa. Quizá deberíamos parar un minuto, reflexionar sobre los auténticos problemas que nos amenazan y cuál es nuestro verdadero objetivo como sociedad. Elaborar un diagnóstico correcto es la única manera de salir adelante, identificando metas, poniendo empeño y medios en lograrlo.

Soy consciente de que vivimos en una sociedad que trabaja duro e intenta con su esfuerzo diario crecer y mejorar. Es inherente a la condición humana buscar el mayor bienestar posible para uno mismo y para sus hijos; precisamente, ese espíritu de sacrificio por nuestros hijos es patrón común en todos y cada uno de nosotros, al margen de raza, nacionalidad, condición social e incluso credo. Trabajamos y nos esforzamos de forma individual o colectiva con el principal objetivo de que nuestros hijos tengan una vida más fácil, una vida mejor. Si dicho objetivo es común, y lo que planteo entiendo es compartido por todos ¿por qué no centrar nuestros esfuerzos en conseguirlo?

Más de 125 millones de niños no tienen acceso a la educación, sufren malnutrición y nunca tendrán una oportunidad de salir adelante. Una civilización que tolera algo así está irremediablemente condenada si no se actúa ya sobre la raíz del problema. No hablo de parches, ni de soluciones parciales, hablo de esfuerzos conjuntos, de romper esquemas trasnochados, de solucionar problemas en lugar de ocultarlos, hablo de sacrificio, de conseguir una vida mejor para nuestros hijos, la generación que nos toma el relevo ¿no es ese precisamente el objetivo que nos habíamos marcado?¿No merece la pena sacrificar parte de nuestro bienestar a corto plazo para garantizar oportunidades a los que en pocos años tomarán decisiones por nosotros, los hoy adultos? Creo que sí, de hecho la crisis que vivimos nos debería servir de estímulo para ponernos a trabajar en ello.

La educación es imprescindible para combatir la pobreza. Cuando las personas tienen la oportunidad de adquirir una educación básica, se observa un crecimiento económico mucho más rápido, de hecho ningún país del mundo ha conseguido nunca un crecimiento económico continuo sin que al menos un 40% de su población adulta sea capaz de leer y escribir.

Cualquier propuesta encaminada a facilitar el acceso a la educación redundaría en beneficio de todos, los países ricos y los pobres.

Hoy, y según cifras ofrecidas por diferentes ONG,s a través de programas dirigidos a apadrinar niños en países subdesarrollados, con un presupuesto de 21 euros al mes un niño tiene garantizado durante ese periodo acudir a una escuela y recibir una correcta alimentación. Haciendo un cálculo sencillo, el coste de educar y alimentar a 125 millones de niños es de 88 millones al día, 2.625 millones al mes, 31.500 millones al año. Si completamos el ciclo educativo de un niño, desde los 5 hasta los 16 años, el coste total ascendería a 346.500 millones de euros, educación hasta los 16 años y completa nutrición del niño hasta esa misma edad casi adulta.

Es decir, con aproximadamente la mitad de lo aportado al FMI por los países más industrializados, y en el mismo plazo requerido para que funcione el plan del G-20, diez años, podríamos conseguir educación para toda una generación. Una generación formada sin excepción, la primera vez en la historia que nos veríamos premiados con ese privilegio.

Estoy convencido que los líderes mundiales serán capaces de elaborar un nuevo plan mucho más austero e imaginativo con la mitad del presupuesto, obteniendo con él resultados similares al vigente. Por ello son líderes y tienen la capacidad real de acometerlo. Estoy seguro que la sociedad, los contribuyentes, los ciudadanos que eligen a esos mismos líderes aplaudirán el esfuerzo, y creo acertar si afirmo que con una generación formada las crisis futuras que nos afecten podrán solventarse antes incluso de que lleguen a producirse, estaremos más preparados para afrontarlas.

Es simplemente una alternativa que creo que es viable, otra manera de ver las cosas; con los números en la mano, es razonable al menos plantearlo. Supone sacrificarse por una generación futura, por nuestros hijos, aunque el "plan" suene demagógico y utópico. Pero insisto, sería un esfuerzo cuya recompensa supera con creces el esfuerzo, al fin y al cabo, ¿no es ese el objetivo común que todos anhelamos?

Adjunto
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