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La senda del ajuste... un camino demasiado largo (Artículo)

Resulta complejo otorgar el beneficio de la duda a aquellos que, aunque posiblemente equivocados, plantean soluciones más inmediatas para los problemas que vive Europa y en particular su moneda, frente a aquellos, puede que con más razón a la larga, que nos invitan a transitar por un camino de sacrificios y restricciones cuyos frutos podremos empezar a disfrutar muy a largo plazo.

Para analizar el problema es necesario adoptar una posición de principios sobre la radiografía que hacemos del mundo, como toda simplificación no deja de ser un mapa que sirva de guía para la acción, pero inexacto obviamente como todo lo que pueda arrojar hasta la mente más brillante, pero ningún mapa es exacto y no por ello carente de utilidad.

¿Cuál es el mapa que ofrecemos entonces?

Es cierto que el proceso de integración económica bajo un marco de relativa legalidad es imparable en el mundo de hoy, pero igualmente es correcto aseverar que el mismo transcurre bajo un trasfondo neomercantilista que provoca importantes distorsiones en las economías nacionales y regionales. El poder, tal y como lo dijera Adam Smith, es el poder de comprar, las empresas que operan más allá de los marcos nacionales, y cuyo poder es otorgado de forma completamente democrática e impersonal por sus demandantes1, sabe que para mantener tal poder debe satisfacer a éstos, necesita investigar y desarrollar tecnologías y conocimiento para  realizar o intentar al menos dicho cometido. Pero este tipo de empresas también sabe que disfruta del poder de comprar el trabajo o los recursos, o los recursos de otras empresas en los entornos que le sean más propicios y adecuados para cumplir dicho cometido. No cumplir con los requisitos legales, institucionales, naturales y competitivos implica una desventaja cierta y real de lo que se puede ofrecer como atractivo para generar inversión, empleo y crecimiento.

Al igual que durante el patrón oro, que rigió la vida económica de la sociedades civilizadas a finales del siglo XIX y principios del XX, ahora las economías europeas que comparten la moneda común se ven sujetas a virtudes y vicisitudes similares a las que ofrecía dicho patrón. Por un lado, un Banco Central independiente, sometido hasta cierto punto por objetivos y reglas predeterminadas evita el empleo arbitrario de dicho instrumento. Ofrece en cierto grado una garantía de estabilidad de su objetivo primordial que es el nivel general de precios. Por otro lado, la estabilidad y seguridad alcanzada ha provocado inercias indeseables en la estructura de precios y endeudamiento de una buena parte de las economías que forman el euro. La política monetaria que debe preservar el interés del conjunto se ha convertido en un escudo demasiado pesado y poco flexible para los intereses de muchas economías de la unión, en particular de aquellas que arrastran los más graves problemas.

Las políticas que en general se han orientado a reducir simplemente los costes laborales, se olvidan que una buena parte del problema obedece al nivel excesivo de endeudamiento. Al convencerse de que la solución requiere del milagro de la desintoxicación a través del sacrifico y el ajuste implica una doble idealización sobre la velocidad del proceso y de los efectos indirectos, ya que los individuos formamos parte de una comunión entrelazada de lazos e intereses que denominamos sociedad. En este sentido, la política de ajuste per se, logra el cometido contrario de lo que se proponía, minando la confianza inversora y la perspectiva sobre la estabilidad de la moneda.

Con ello no deseo convertirme en un defensor de las políticas encaminadas a lograr de forma continua el máximo de ocupación posible por medios artificiales como lo son los instrumentos monetarios. Pero en ciertas circunstancias históricas, cuando los remedios naturales, y que nos aconseja la sabiduría convencional, no pueden hacer frente a una inercia y estructura poco flexible existirá siempre la tentación, muchas veces inevitable, de dejar que ocurra una catarsis monetaria, una destrucción que permitirá al sistema volver a crecer sobre una nueva base.
 
Puede que Europa esté envejecida y el poder político de sus juventudes se encuentre desorientado, debilitado y adormecido. Pero estas no verán adecuadamente la forma más efectiva de resolver el problema hasta que no dirijan su mirada a la moneda y vean en ella el instrumento más eficaz de erosionar de un plumazo el corsé  de los viejos privilegios que impiden mejorar sus condiciones de vida.

Notas 

1 Es innegable, no obstante, que numerosas empresas depende directamente de sus vínculos personales y políticos.

 

Adjunto
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